rotzsch 5

“Decía que Bach hubiera estado feliz de realizar su música en Valparaíso”

rotzsch 5El profesor Ernesto Cárcamo Almonacid rememora la visita de Hanns Joachim Rotzsch al IMUS.

In memoriam de Hanns Joachim Rotzsch (25-04-1929 + 25-09-2013)

Los primeros días de septiembre del año 1992 visitó nuestro instituto el decimoquinto Thomaskantor de Leipzig (1972-1991) en la línea de sucesión desde Johann Sebastian Bach, Dr. Hanns Joachim Rotzsch.

Consciente de la trascendencia de su venida, esperaba que una clase magistral y la entrega de un reconocimiento de la universidad en nuestra Aula Beethoven. Sería el marco adecuado y de relevancia a tan magnánima visita.

Sin embargo, se propuso esperarlo con una cantata de Bach a cargo de nuestro coro de alumnos. Confieso que el desafío me abrumó -más que por capacidad personal y de mis alumnos- por la responsabilidad de seleccionar la cantata y realizar bien una tarea que comprometía al instituto y su proyecto de propuestas interpretativas vigentes por aquellos años. Otros motivos se vinculaban con mi respeto académico al compositor y a la autoridad interpretativa del visitante, que conocía como cantante y director a través de discos de vinilo; a todo ello, se unía una cuota -no menor- de inquietud personal por la exposición pública ante un ambiente -permanente en la música y más fuerte por estos tiempos- que prioriza la crítica competitiva sobre el cuidado y valorización del trabajo formativo en el crecimiento artístico.

[widgetkit id=29]

Sólo la osadía y el deseo de aventura -ingredientes iniciales- hicieron posible que considerara en esa decisión: la oportunidad de trabajar con la matriz interpretativa Bachiana y ser dirigido por uno de sus sucesores; igualmente, pesaría la opinión y experiencia de Hans Stein, nuestro inolvidable maestro de canto y director de los Cantantes de Cámara de Valparaíso, gestor de su venida a Chile.

Las condiciones de su peregrinación a Valparaíso terminaron por convencerme que las grandes personas se caracterizan por la búsqueda permanente de la simpleza -especialmente- ante escenarios imprevistos. Literalmente, lo embarcaron en un bus desde Santiago: no hablaba una frase de castellano y menos de inglés. Aquí sería recibido en el terminal de buses por una persona afectuosa y diligente (Patricia Cuadra, integrante del coro) que no sabía alemán y además no lo conocía de rostro -la recomendación era que trajera a alguien con pinta de extranjero y músico- y por un director de coro con similar conocimiento idiomático.

Aun teniendo a cuatro personas que colaboraron en la traducción para los distintos momentos (H. Stein; E. Zeiner y el organista M. Pergelier y su señora), durante la semana las señas y las partituras fueron nuestro medio para manifestar que nos unía otro lenguaje común y con profundo sentido y propósito: la música.

Se tenía considerado un alojamiento para su semana de permanencia pero manifestó que prefería quedarse con nosotros en alguna casa particular (hogar de Mauricio Pergelier). Ahí supimos de su pasión por los trenes y viajamos algunos días desde Valparaíso a Quilpué teniéndolo en la cabina del conductor; pleno de alegría y satisfacción por entender a cabalidad ese oficio, nos representaba que habitaban en su hogar no como objetos de colección, sino parte de una actividad y juego (Homo ludens) tan necesaria y vital como la comprensión práctica de la música. La oportunidad lograda ante las autoridades de la Estación Puerto tuvo como argumento que un colega (del maquinista) venido desde Alemania estaba deseoso de conocer la realidad de los conductores en Chile.

Algunos comentarios musicales del carismático Rotzsch. Decía que Bach hubiera estado feliz de realizar su música en Valparaíso, no sólo por el nombre del lugar, sino también porque él mismo tuvo que trasladarse de una ciudad a otra en Alemania ocupando un tiempo similar al que hoy se emplea para ir de un continente a otro. Respecto de la interpretación de la cantata BWV 39 Brich dem Hungrigen dein Brot dijo que más allá de la excelencia compositiva de Bach, representaba una magnífica oportunidad para observar su visión social de preocupación, compromiso e integración con los sucesos del diario vivir de su comunidad.

Ante la poca generosidad de algunos feligreses por recibir a vecinos como inmigrantes, los instó -musicalmente- a repartir el pan con los que padecían carencia. Una situación similar nos tocaría vivir al no conseguir una orquesta en la región para la obra; ante ello y con singular emoción, nos decía que Bach siempre estuvo re-instrumentando sus obras por las inesperadas circunstancias de hacer música con cantantes e instrumentistas que se enfermaban, y además debían atender sus situaciones particulares, así el oficio lo obligaba a resolver adecuadamente los imprevistos semana a semana.

La opción de hacer nuestra cantata con órgano y flautas fue la muestra visible y patente de esa tradición expuesta magistralmente por Rotzsch en Valparaíso. También me incentivó a dirigir la cantata BWV 118. O Jesu Christ, mein’s Lebens Licht acogiendo con afecto mi propuesta de montaje y realización en concierto, haciéndome sentir su agrado porque hubiéramos compartido escenario; asimismo, me expresaría que la música sólo necesita de significancia y trabajo, más que de explicaciones y justificaciones, ante mi deseo de haber querido alcanzar un mayor grado de excelencia en cierto pasaje de la obra. Esta lección la atesoro como un llamado hacia la humildad y el sentido de la realización artística.

Con el paso de los años -a un par de décadas de su visita- rodeado de la partitura que me autografió y otros obsequios, de fotos con tantos momentos inolvidables y del registro audiovisual de algunos ensayos, aún recuerdo la calidez de su persona y el cariño que entregó a tantos alumnos y profesores de nuestro instituto por aquellos días. De su sapiencia para acercarnos clase a clase al conocimiento de la obra de Bach y encantarnos con su amorosa y efectiva conducción coral.

Sólo hace unos días supe que nos dejó -terrenalmente- para empezar a vivir plenamente en nuestros corazones; pues la gente sólo muere cuando se le olvida y para que eso no suceda existen los recuerdos.

He querido hacer presente este testimonio como señal de gratitud a su persona y a todos los que participaron de esa hermosa experiencia que brindó a nuestro instituto: la magnífica oportunidad de integrar sus propuestas corales de aquellos años con las raíces y motores que siempre le dieron vida y sentido a su existencia, ni más ni menos, la música de Bach y la conducción de Hanns Joachim Rotzsch.

Por Ernesto Cárcamo Almonacid
Director de Coro
Instituto de Música PUCV