Tony Millán en concierto
Asistí, el viernes 18 de noviembre, en el Auditorio de la Escuela de Negocios de la PUCV, a un concierto de Tony Millán, intérprete español de clave y fortepiano, uno de los invitados al V Festival Internacional de Música Antigua «Mosaico Sonoro».
El encuentro era absolutamente imperdible al tratarse de Las Variaciones Goldberg de J. S. Bach, obra monumental, eminentemente didáctica, en donde el viejo cantor de Leipzig deja ver el peso de su oficio con gran aliento. Si hay consenso mundial, es respecto de la valía de Bach para la cultura occidental. Esta composición es evidencia de este valor.
La obra se estructura en base a un aria y un conjunto de 30 variaciones, las que no se remiten a la melodía inicial -a lo que estamos acostumbrados- sino a la línea del bajo y a la progresión armónica. Tal cantidad de variaciones, con su dificultad técnica y extensión (unos 80 minutos de duración), exigen del intérprete una gran concentración. Así también, por adentrarse la obra en los recónditos dominios del contrapunto, con sus conceptos alejados del conocimiento del ciudadano medio (fuga, contrasujeto, inversiones, secuencias, etc), es apreciada de mejor manera por un público especializado, el que, extasiado, ve pasar ante sus sentidos la esplendorosa genialidad de Bach, algo así como la vida en colores en un mundo de blanco y negro.
En la ocasión, una ejecución despiadada de Millán, la de un imperturbable guerrero vikingo -nada más observe su fotografía- suficientemente entrenado para habérselas con las dificultades técnicas y expresivas de la obra, nos permitió sumergirnos sin obstáculos en el Bach profundo, sesudo y reconcentrado, en donde la belleza no nace de su búsqueda per se, sino destella de una artesanía brutal, desarrollada en la intimidad del taller de un insigne maestro en las ya lejanas postrimerías del barroco, tal intimidad necesitó de un rescate posterior, después de casi dos siglos, para salir a la luz.
Destacable, a mi juicio, la precisión rítmica en la interpretación y el abordaje de una ornamentación no adjetiva sino integrada consistentemente a la arquitectura sonora del discurso musical. En algunas variaciones rápidas hubiera sido preferible una velocidad algo menor, para favorecer la claridad, lo que no desmereció el cometido. En los pasajes más tranquilos fue entramando una contención sutil y equilibrada de la duración en algunos valores de la frase, lo que aportó una bellísima riqueza expresiva. Sin duda, los intérpretes allí presentes nos vimos de pronto en una clase magistral.
Luego de terminado el nutritivo momento y habiendo despedido al clavecinista con el reconocimiento y las gratitudes correspondientes, algunos nos acercamos al instrumento como buscando retener el momento vivido (dejar ir al Bach presentado no fue fácil, tampoco vencer la tentación de hundir alguna tecla de ese clavecín recién salido del taller de otro destacado artesano). En ese acercamiento constatamos que la partitura dejada sobre el atril era un facsímil, la copia de un manuscrito. Una estudiante, luego de escrutarlo, señaló «debe ser de Bach, por la ligadura; el trazo está hecho desde la derecha hacia la izquierda… Bach era zurdo, yo también». Finalmente, con otras intervenciones eruditas, quedó establecido: el intérprete leyó directamente de la grafía de Bach, no obstante las dificultades visuales que esto significa. Saludamos este rigor.
En suma, la invitación de este artista es un acierto de esta quinta versión del Festival de Música Antigua “Mosaico Sonoro”. Si bien el año de composición de la obra es 1741, ya en el límite del periodo que generalmente se denomina como el de la Música Antigua, su autor marcó a las generaciones de compositores que le sucedieron. Mozart, en su estilo, tempranamente, según algunos autores, lo deja en claro: “…todos los músicos estamos influenciados por Bach y el que diga lo contrario es un canalla”. Tengo la impresión de que no deben ser muchos los canallas pues Bach no solamente ha sido referente para los músicos de la academia sino también influencia para muchos músicos populares en la actualidad (incluso rockeros). Esta trascendencia en el tiempo de la música de Bach le constituye un soberbio faro que irradia intensa luz, la que Millán, con su maestría, nos volvió a encender.
Samuel A. Quezada Soto